Y lo que no puede faltar nunca en las festividades del Xantolo es la gran variedad de la comida huasteca tradicional que desde muy temprano las mujeres se reúnen a preparar y en donde participan desde las abuelas hasta las niñas de la casa, y en esta ocasión uno de lo platillos más representativos es: el patlache.
También conocido como bolim o bolín, este tamal de grandes dimensiones, elaborado con masa de maíz quebrado, manteca de cerdo y una salsa de chile, es una joya culinaria que se cocina con paciencia y devoción, especialmente en municipios como Tampacán y Tamazunchale, donde forma parte esencial de las festividades del Día de Muertos.
Su nombre, derivado del náhuatl patlachtic, significa “largo” o “grande”, una descripción perfecta para este tamal que puede llegar a pesar hasta dos kilos. En su interior guarda piezas enteras de pollo, guajolote o cerdo, bañadas en una espesa salsa de chile ancho con especias que se envuelve cuidadosamente en hojas de plátano o papatla y se cuece lentamente a la leña, lo que le da un sabor ahumado y único que evoca la tradición y el calor del hogar.
Durante el Xantolo, las familias lo preparan desde temprano para llevarlo al panteón, donde comparten con sus seres queridos que ya partieron. Es costumbre ofrecerlo a quienes llegan al lugar, acompañado de una taza de café o atole de maíz de teja. En ese gesto de hospitalidad y memoria se mezcla lo sagrado con lo cotidiano: el patlache no solo alimenta el cuerpo, sino también el alma, recordando que, en la Huasteca, la muerte se honra con sabor, comunidad y gratitud.



                                    
